Hace tanto tiempo ya,
Quijote amigo,
que no existen ni castillos
ni princesas encantadas
ni gigantes ni molinos
ni ínsulas Baratarias.
No, ya no existen ni atajos
ni senderos
ni caminos
ni polvo
que levanten las carretas
al huir de los bandidos.
No, Quijote amigo,
ya no existen, no,
de todo aquello
apenas queda nada.
Ahora están
los caminos desolados,
sin héroes ni escuderos
ni adalides
ni jabatos
ni andantes caballeros
que deshagan los entuertos
que componen los villanos.
Ahora, Quijote amigo,
todo lo inunda
una tristeza terrorista
que nosotros mismos adiestramos,
los restos de un naufragio de sueños
que nos empeñamos en alimentar
a deshoras en cualquier bar,
y el remordimiento de que todos,
sumisos,
aprendimos el idioma infecto
de la melancolía,
a la vez que a ser esclavos
de la hipoteca y el plástico
y a ser fieles creyentes del progreso,
el acomodo
y el consumo.
Ahora, Quijote amigo,
un cendal de humo ceniciento
arropa la ciudad
y un cielo bermellón
nutre de sangre el horizonte,
indicio todo ello
de un desastre presentido.