En un país bello de olvido
entre ramajes sin viento y sin memoria
olvidarte de todo y que todo te olvide
Vicente Huidobro

El más piadoso don
tal vez
sea el olvido
Francisco Díaz de Castro

Nosotros sí perdimos

Lema: Ché 

Yo trago agua. 

Y tú, bebiendo vino en el hall del hotel 

donde has comido 

-una carne exquisita, al punto justo, 

dices para adular al hostelero-. 

Yo miro muertos. 

Y tú miras el móvil, abres Twitter, 

dejas una reseña positiva, 

le das me gusta a un chiste de cuñados, 

ves llamadas perdidas de tu madre, 

-luego la llamarás, que es muy pesada, 

sabía que hoy tenías reuniones importantes-. 

Yo miro el caos. 

Y tú miras el fondo de tu vaso de bourbon 

con una dejadez despreocupada, 

una sonrisa a medias, 

sientes ganas de irte y ponerte la bata, 

encender un cigarro, alzar las piernas, 

calor de hogar después del largo día, 

que has bebido de más y ya te duele 

un poco la cabeza. 

Yo miro horror. 

Y tú, miras la lluvia 

golpeando fieramente en los cristales, 

y te gusta la lluvia, 

y el otoño, 

y sientes añoranza de diciembre, 

y sumas a la cuenta un té caliente, 

y coges la chaqueta del perchero. 

Yo miro miedo. 

Y tú miras atascos, 

y semáforos rojos, y te irritas, 

porque quieres llegar temprano a casa, 

porque hay que ver la gente que conduce 

tan mal y tan despacio cuando caen cuatro gotas. 

Yo miro nada y todo, 

con los ojos incrédulos, 

la destrucción de un pueblo, 

el final de la vida, de los sueños, 

la casa a la que ya no volveré, 

la incertidumbre, el miedo. 

Tú, a cuarenta kilómetros, 

miras como el vapor nubla el espejo 

de tu ducha caliente, 

entornas la ventana para escuchar la lluvia, 

disfrutas del murmullo que te arrulla. 

Tú disfrutas la lluvia en la ciudad. 

Yo miro los abismos de la muerte. 

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